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Un día como hoy la tierra tembló y dejó miles de fallecidos

Fueron 7.9 grados de magnitud los que remecieron el callejón de Huaylas, la triste tarde del 31 de mayo de 1970.

FUENTE: Cortesía | FOTO: Cortesía

Hoy 31 de mayo se cumplen 49 años del sismo de magnitud 7,9 que sacudió el país. La ciudad de Yungay, en el departamento de Áncash, desapareció del mapa nacional en solo unos minutos, tras un apocalíptico aluvión.

Había terminado el partido de apertura del mundial México 70 en el estadio Azteca, entre el local y la Unión Soviética, cuando la tierra tembló fuertemente en todo el departamento de Áncash y remeció también la costa y sierra del centro y norte del Perú.

Diez minutos después del fuerte sismo, que alarmó a las 3:23 de la tarde gran parte del Perú, el glaciar 511 desde el pico norte del nevado Huascarán se desprendió en una franja de unos 800 metros de ancho por 1.500 metros de largo. La caída de ese lote glacial provocó un sonido cavernoso y luego se formó una avalancha de 30 millones de toneladas de lodo, hielo y piedras, que arrasó la bella ciudad de Yungay.

Numerosas ciudades del Callejón de Huaylas sufrieron la catástrofe, pero ninguna como Yungay, que desapareció del mapa nacional en unos minutos. El furioso aluvión alcanzó una velocidad de 400 km/h. A su vez, Huaraz vio destruida su catedral principal, sus colegios y plazas públicas. Un 95% del departamento ancashino quedó en ruinas. Las primeras noticias indicaban 5 mil muertos. Pero las cifras se agravaron con el pasar de los días.

El epicentro fue a 80 kilómetros mar adentro, frente a Chimbote. Según el Centro Regional de Sismología para América del Sur, el sismo llegó a más de 8 grados, pero luego se confirmarían que fue de 7.9 grados. La zona más afectada estuvo totalmente incomunicada durante las primeras 24 horas. El gobierno militar de Juan Velasco organizó comités de apoyo por tierra y mar en buques. Abundaron en esas primeras horas paracaidistas que llevaron medicinas y alimentos o arrojaban los paquetes de ayuda a la periferia de las zonas de desastre.

“80 paracaidistas se lanzarán hoy sobre Huaraz”, “Casi en ruinas está la ciudad de Huaraz”, “En Chimbote se han registrado 336 muertos y 2.500 heridos”, eran los titulares de los días posteriores. El 3 de junio llegó la noticia fría y contundente: “30 mil son nuestros muertos”. Una foto desconsoladora acompañaba a las palabras que apenas salía de las máquinas de escribir.

“El Perú está de luto”, dijo el presidente Velasco, tras regresar de la zona. El escenario era peor que cualquier guerra que se haya dado en ese momento en el mundo. El Gobierno declaró ocho días de duelo nacional.

Las cifras finales llegarían a más de 70 mil muertos; además de 800 mil damnificados en el Callejón de Huaylas y otras localidades del norte del país. Sólo en Yungay murieron más de 23 mil personas; pero a la vez se confirmó el rescate de unas 300 personas, casi todos niños, que corrieron hacia la zona más alta del cementerio general, cuyo Cristo Redentor salió incólume. También sobrevivieron los niños y adultos que estuvieron en un circo instalado en el Estadio Fernández.

Las fotos panorámicas que publicó El Comercio revelaron la dimensión de la tragedia. Sobrevivientes y voluntarios hablaron de una niebla de espeso polvo que se mantuvo en el aire por varios días, y un “ruido horrendo” previo a la catástrofe. Toda localidad cercana al epicentro (Chimbote) mostraba incalculables daños materiales y humanos. Los efectos iban más allá de Áncash, llegando a varias ciudades de La Libertad -el río Moche quedó contaminado por la caída de relaves mineros-, Lambayeque, Piura y hasta en Cajamarca, donde se derrumbó la torre y el campanario de la Catedral.

Asimismo, la desgracia llegó a Lima provincia, pues las ciudades de Barranca y Huacho, al norte, y Canta, Churín, Matucana y Cajatambo, al este, quedaron muy dañadas. Y hasta en Lima Metropolitana, el Palacio de Justicia acusó el golpe sísmico en dos sus pisos y, paradójicamente, el jirón Áncash fue la calle más afectada en el Centro de Lima, donde muchas casas antiguas se derrumbaron como si se trataran de una torre de naipes.

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