Feliz 58 aniversario colegio nacional “Santo Toribio” Alfonso de Mogrovejo.
TEXTO: Walter Quiroz | FOTO: Pataz Informa
Esa mañana el patio se tornaba mohíno, parecía extrañar el jolgorio de cientos de pubescentes que atiborraban a diario los amplios pasillos del Colegio para luego ordenarse en las aulas, sólo unos costales de yute llenos de latas vacías de leche previamente acondicionadas se iban acomodando conforme de uno en uno iban llegando “los bajas” como nos habíamos autodenominado por estar en el último año de la secundaria.
Con el paso de la mañana, En el patio podía verse una fila casi amontonada de costales con latas vacías de leche que previamente habían sido rebuscados y recogidos en la caridad o en Huinchespuquio virtuales basureros de la ciudad de ese entonces, Junto a ellos cinco galones de kerosene posaban junto a otros costales con ropas usadas que completaban la lista del requerimiento.
Alrededor de 20 estudiantes que promocionábamos ese año, listos y dispuestos para iniciar una caminata que duraría más de dos horas.
__¿Ya muchachos?, ¿está todo listo? …
El profesor a mando de los “bajas” minuciosamente inspeccionaba la “carga”.
__Han contado bien, tiene que salir vacán…
Un si en grupo fue coreado por respuesta.
A la venia del profesor abandonamos de uno en uno la gigantesca construcción de gruesas paredes de color verde, atravesando el enorme portón de madera que terminaba en una especie de media luna con la consigna histórica de iluminar el cerro y seguir la tradición de años que se sucedían en el mes de setiembre y que cinco años atrás los hoy “bajas” éramos protagonistas en el bautismo de ingreso a esta institución en una peculiar actividad denominada el cachimbo, donde un grupo de alumnos de los años superiores diestros en adjetivar satíricamente nuestras apariencias físicas nos bautizaban con un “alias” con el que por lo general te conocerían durante toda tu época de colegial aunque muchas veces era de por vida.
Una fila de costales caminantes fue desapareciendo mientras subíamos por el Jirón José Gálvez, doblando luego para atravesar la plaza mayor llegamos al “alto de la Caridad”, deteniéndonos unos minutos, observamos la ruta que nos espera seguir.
__¡Oye no se olviden del aniceto!, miren que arriba si hace frío…
Una que otra mirada se cruzaba en el grupo, como quien busca al encargado de llevar una botella o tal vez más de aquel líquido etílico que sabe a anís con un sabor levemente ardiente. Hecha la inspección y la afirmación del caso desfilamos en un peregrinaje convulsivo lleno de acción y energía juvenil.
Rápidamente bajamos por el serpenteante camino llegando al bullicioso río cajón desde donde nuestros pasos escalarían la travesía del tradicional Pegoy, sendero que en el mes de abril se abarrota de fieles peregrinos en memoria de los viajes de Santo Toribio, conservando con ello la historia y tradición que datan desde los inicios de la fundación del entonces Tayancapata.
La ascendente caminata atravesaba al tradicional pueblo de Collay donde habiendo tomado un “respiro” en un tambaleante sosiego continuamos la marcha ahora, por un camino ancho rodeado de gruesas murallas de piedras pesadas cubierto de espinosas sarzas que protegían las parcelas de sembríos de maíz, papa, etc. Conduciéndonos de a poco a los inicios del cerro.
Abandonamos el camino grande para seguir el de las camayas que nos llevaría a las laderas del Pahuarchuco. Montaña majestuosa que se levanta imponente como un celoso guardián al medio del territorio del distrito de Tayabamba, vigilando tal vez la grandeza de su historia y el valor de sus gentes que labrando la tierra provee el sustento diario de sus hijos con el sueño de verlos ser mejores. Cuantas veces habrá escuchado este guardián los consejos de los padres campesinos propagadas en las ondas del viento entre ellos el mío:
__“Estudia Hijo para que no seyas como yo”…
–“Anda al colegio a estudiar paque seyas otra clase de gente” …
Nuestros pasos en ascenso conducen al grupo dada vez más cerca al objetivo, fugases capullos de nubes advierten nuestra presencia, desapareciendo de nuestra vista cuando más se acercan, un aire frío llena el ambiente compitiendo con los tibios rayos del sol que buscan abrigar los pajonales de las faldas del cerro. Nuestra marcha es silenciosa uno que otro respiro advierte los pasos continuos que poco a poco van tomando posición de la parte media del majestuoso Pahuarchuco.
… ¡Listo cholos!
…Ya Llegamos…
Nos sentamos en algún lugar entre pajonales que aullaban con el viento frío que soplaba desde las alturas, haciendo pausas en su marcha como deteniéndose a golpear traviesamente la cara de los recién llegados. Juntos ahora nos felicitamos inconscientes por haber llegado al punto medio del objetivo; era hora entonces de combatir el fastidio del estómago por el hambre ya provocado por el paso de las horas añadido el fragor de la caminata.
El lugar era mágico, un mirador natural descubría a nuestra vista un paisaje sacado de los mejores pintores, era la ciudad de Tayabamba que imponente se situaba al centro de la vista, combinaba sus colores naturales con los diseños artísticos de los rojizos techos de tejas con el verdor de los campos rodeados de eucaliptos y alisos que embellecían los cultivos dorados de trigo y cebada. Un par de torres blancas escoltaban una amplia iglesia, soportando además una sonora campana que cada cuarto de hora marcaba el paso del tiempo con potentes ding dong que resonaba hasta provocar el eco de las elevadas montañas que miraban recelosas nuestra posición pasajera. Comprendí entonces que era el lugar perfecto para resaltar el aniversario del Colegio Nacional Santo Toribio.
El que dirigía la misión saco cálculos del terreno comparando con la cantidad de latas que utilizaríamos y de uno en uno nos desplegamos por la falda del cerro siguiendo el orden de las palabras que formaríamos al resguardo de la melodía del viento frío de la montaña que golpeaban las pequeñas plantas de paja (Ichu) produciendo una ancestral y desolada melodía que nos acompañaba mientras se colocando de uno en uno las latas formando el mensaje que iluminaría el cerro y sería visto por toda la ciudad y sitios aledaños.
En poco tiempo la tarea estaba terminada, las latas en su lugar con relleno de trapo listo para ser empapadas con kerosene que daría la iluminación mientras las tinieblas hayan envuelto el Pahuarchuco.
Estar en ese lugar era algo mágico, era como estar apoyado en el pecho de un gigante que cuidaba celoso sus tierras, pero que en su generosidad te acogía para mostrarte la belleza del paisaje. Pero mirar hacia la cima y alcanzarla era un deseo inevitable, así que manos a la obra nos empinamos en la marcha, la cuesta era una escalada en la melodía del viento, una que otra nube nos recibía mientras alcanzamos la cima.
Lo que a lo legos se divisaba como una colina, se convertía ante nuestros ojos en una amplia planicie; ahora la vista panorámica era mucho más amplia, nos sentíamos como en el medio de la tierra y el cielo con nubes cada vez más cercanas. Veía se al sur el serpenteante Río cajas que se perdía a lo largo de la comunidad La Victoria hasta las alturas limítrofes de la región. El espectáculo era divinamente cautivador, nuestras mentes se disipaban en la hermosura de la fantasía mitológica y tradicional de nuestras simientes dejando despejar nuestra imaginación en el pasado. El lugar contaba con restos arqueológicos y una especie de cráter como de un pequeño volcán apagado se habría al medio de la pampa, nuestra curiosidad se mezclaba con algún conocimiento y curiosidad de indagar lo que estaba a nuestra vista, pues es muy poco visitado debido a la altura de la cima.
El frío de atardecer nos daba indicaciones que deberíamos de salir del lugar, del que habíamos quedado atrapados por el momento sin prever el avance del tiempo; al fin nos sentíamos tan altos que ni el sol nos abandonaría. Pero un blanco y frío manto fue cubriendo lentamente las alturas del cerro ocultando por completo el panorama de ahí abajo, un grueso vapor helado se movía a nuestro al rededor.
Abandonamos la cima, volviendo a nuestra misión. El sol soñoliento se escondía en el horizonte dibujando colores de luz en el olimpo eso nos aproximaba a la hora de cumplir finalmente lo encomendada y ser parte del programa de aniversario del “Santo Toribio”.
Descendimos de la cima con el mismo ímpetu que iniciamos buscando las faldas del cerro en donde ya estaban sembradas las latas con semilla de trapo. Vertimos en cada lata el líquido infamante cumpliendo estrictamente las indicaciones a la par de las sombras de la noche que iban arropando el cerro y todo el panorama de nuestra vista. ahí abajo miles de bombillas amarillas tiritaban anunciando la llegada de la noche.
La última sombra negra que vuelve la noche más oscura había llegado cubriendo por completo el panorama. Un par de linternas cargadas con pilas Rayo-bac nos provee de luz al grupo tomando posición de cada letra y al estallido de un chispazo de fósforo encendimos unas antorchas que nos servía de mecha con la que encendíamos simultáneamente las latas ya preparadas. Una académica fogata, se formó en las alturas del cerro, propagando sus brillantes a toda vista que se congregaba a lo lejos.
El grupo de “bajas” ya con la misión cumplida y luego de un último sorbo etílico del anís descendimos con la agilidad y la algarabía de un incasable cuerpo adolescente que luego de una hora jadeantes alcanzamos el alto “La caridad”, (entrada de la cuidad) en donde un gran número de personas con la mirada plasmada al cerro en medio de la densa oscuridad de la noche leían las luces flameantes de las antorchas que trepaban el Pahuarchuco como elevándose al cielo decían:
Entramos en la ciudad y cientos de coloridos faroles abarrotaban las calles y rodeaban la plaza. Casi desapercibidos el grupo avanzo en medio de ellos uniéndonos al grito de la multitud: Viva el Colegio Nacional “Santo Toribio”
___¡Que viva!!!! …
Walter Quiroz Bustamante.
Ucayali, Peru
Setiembre. 2019
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